Salvo que exista una situación clínica que lo requiera, como puede ser una hipercolesterolemia, en donde hay que vigilar especialmente el aporte en grasas saturadas, rara vez una alimentación saludable debe caracterizarse por normas. Pues si es así, seguramente tenga prohibiciones y limitaciones.
Con la llegada de septiembre, más tarde que pronto, el haber dejado de prestar cierta atención a nuestros hábitos, ha traído consigo una peor condición física y unos kilos de más en la mayoría de casos. ¿Por qué seguir recomendaciones dietéticas con normas está destinado al fracaso?

¿Cuáles son las normas que hacen fracasar?
Hoy en día disponemos de multitud de protocolos, que no siempre se emplean con la finalidad con las que se han diseñado o estudiado. Por lo que difícilmente van a poder encajar en la situación de una persona.
Por ejemplo, la dieta cetogénica. Hoy en día es una de las más buscadas a la hora de perder peso, cuando inicialmente, estaba diseñada para aliviar y reducir ataques epilépticos en niños.
Se caracteriza por un consumo muy bajo de alimentos ricos en carbohidratos, y con ello no solo nos debe venir a la cabeza el pan, los cereales o la patata, sino también la fruta y verdura. Su aporte en grasas es bastante elevado y en proteína moderado. Hoy no va a ser el día para hablar de su impacto en la salud, para esto hay mucho que redactar. Pero si hablamos en un contexto de adelgazar, bajo mi punto de vista, no es lo más óptimo. Y me explico.
Además de que un elevado consumo de fruta y verdura, están asociados a mejor estado de salud y menor riesgo de enfermar, estos alimentos destacan por un elevado poder saciante, siendo su aporte calórico muy bajo en relación al volumen. Lo que los hacen ideales para esa pérdida de grasa.
Y ya no solo eso, la dieta cetogénica si no viene supervisada a nivel de calorías y elección de alimentos, no solo se puede suponer una ganancia de peso, sino también aumentar el riesgo cardiovascular a consecuencia de alteraciones en el perfil lipídico.
Este protocolo, ni mucho menos puede seguir un patrón de dieta mediterráneo que es lo que realmente ayuda a crear adherencia. Por un tiempo, todos podemos hacer un esfuerzo, pero, incluso perdiendo peso, ¿qué ocurre al dejar esta dieta?

Por otro lado, las dietas de eliminación como la dieta sin gluten y sin lactosa, e incluso dietas con listado de alimentos permitidos y prohibidos o por fases (Dukan y Atkins), si en un principio funcionan, como cualquier otra, es a consecuencia de una menor ingesta calórica, no por el protocolo de dieta como tal.
Supongamos que comenzamos una pauta sin gluten y sin lactosa. Retiramos toda la bollería, pan, pasta , masas y postres lácteos. En lugar de desayunar galletas o pan, se opta por pudding de chía con fruta; en lugar de pedir fuera de casa unas porciones de pizza, se opta por un bowl de ensalada con salmón. De postre, en lugar de natillas o helado, una pieza de fruta y, en lugar del bocadillo de embutido para la cena, se opta por pescado y verduras.
¿El problema es el gluten y la lactosa? No. Es la elección de alimentos. Igualmente, no deja de tener restricciones, por lo que difícilmente pueda ser sostenible en el tiempo. Hay una falta de re-educación alimentaria, no hay un cambio de hábitos progresivo.
Las dietas que conllevan restricción de determinados alimentos con el objetivo único de perder peso, dan lugar a una mala relación con estos. Pero además, prohibirlos solo crea un mayor deseo. Por lo que es probable que en el momento que nos encontremos con ellos, tenga lugar una pérdida de control y posterior sentimiento de culpa o remordimientos que a posteriori, supone un círculo vicioso en el que cada vez la restricción es mayor y la pauta más difícil de seguir. Provocando abandono y el temido efecto yo-yo.

Por último, dietas en las que debemos pesar los alimentos.
Si hablamos de salud y pérdida de grasa, bajo mi punto de vista y experiencia, no es nada recomendable llevar un control de los gramos de cada comida.
Las dietas del mundillo fitness hace tiempo que se alejan del bienestar, pues los objetivos en cuanto a perder peso, van enfocados a una definición muscular extrema que si eres una persona que no va a competir en este ámbito, puedes ahorrarte el sufrimiento.
Obviamente necesitamos tener una idea de las porciones de ciertos alimentos. Existen medidas caseras como puede ser un vaso, una cuchara, rebanadas, etc. que ayudan a cuantificar raciones. Es útil conocer el tamaño aproximado de la fuente proteica o equivalencias para poder llevar a cabo intercambios de alimentos. Pero de ahí, a los 200g de pepino o 150g de brócoli, es algo totalmente innecesario. En primer lugar, porque como ya se ha mencionado, la verdura es un alimento bastante saciante y bajo en calorías, no es óptimo medirlo al detalle, mucho menos llevar un control de los gramos. Con ello evitamos prestar atención a señales de hambre y saciedad. Puede que un día lo que esté pautado no sea lo suficiente, por diversos motivos (mayor desgaste físico, estrés, hambre) y en otro momento justo lo contrario. Y lo más importante, puede incluso llegar a obsesionarnos cuando no tenemos dicho control. ¿Qué ocurre cuando nos encontramos fuera de casa y no tenemos una báscula?
Al final, huir de todo lo anterior es algo que nos va a evitar una pérdida de tiempo y sufrimiento innecesario. Pues en muchos casos, se terminan arrastrando comportamientos que no llevan a una buena relación con la comida y, por tanto, difíciles de mantener en el tiempo. Aprender unos buenos hábitos, con educación, flexibilidad y autocuidado lleva tiempo pero es para toda la vida.
Muy interesante y claro