No siempre el alimento debe ser nuestra medicina
Decía Hipócrates: “Que la comida sea tu medicina”. Y tenía razón, pues la alimentación es clave en prevención. Que sea nuestra medicina pero no nuestra terapia.

Actualmente conocemos diferentes tipos de hambre. Entre ellos, el fisiológico, que tiene lugar ante la necesidad de energía y, el emocional que es donde profundizaremos.
Desde el momento en el que nacemos, sabemos muy bien identificar cuando estamos saciados y cuando necesitamos aportar nutrientes a nuestro cuerpo. Sin embargo, con el paso de los años estas señales pueden alterarse como consecuencia de ajustarnos a horarios, comer por obligación, como cuando se obliga a un niño a terminar todo lo del plato, o por el contrario, cuando lo evitamos aún teniendo hambre. Por ese motivo, el número de comidas ideal es aquel que se adapta a nosotros y resulta muy importante educar en una alimentación consciente.
El hambre emocional normalmente viene asociado a algo negativo, y para ello podemos pensar en la típica película americana en donde una ruptura, y por tanto, una situación triste a nivel emocional, se calma y gestiona con un helado de chocolate XXL.
Pues bien, no siempre es algo desfavorable. Todos disfrutamos comiendo, ya que afortunadamente tenemos una muy buena gastronomía en nuestro país. Y no solo eso, comer ciertos alimentos o preparaciones pueden tener una connotación positiva porque nos genera un buen recuerdo.
Seguro que todos tenemos una receta que nos recuerda a nuestra abuela o a nuestra infancia.
Podemos asociar emociones agradables al comer ya que festejamos con la comida (una asignatura aprobada, una beca concedida, un nuevo trabajo, una boda, Año Nuevo, etc.)
El comer emocional que sí puede suponer un problema es el mencionado antes con el helado. Cuando nos encontramos peor anímicamente, bien por estrés, tristeza e incluso ira, al no saber gestionar estas emociones (porque nadie nos ha enseñado) pretendemos en muchos casos poner remedio a través e la comida. Y no cualquiera nos sirve, sino que nos decantamos por alimentos ricos en azúcar, de baja calidad nutricional. Esto tiene su explicación a nivel fisiológico ya que ese pico de glucosa en sangre provoca la liberación de dopamina, generando placer y bienestar momentáneo. Poniendo en marcha un sistema de recompensa en donde terminamos asociando el consumo de este tipo de alimentos a situaciones agradables, convirtiéndose en nuestra vía de escape.
Cuando se detecta esta situación, hay que incidir en la ayuda psicológica para que la persona tenga las herramientas necesarias a la hora de gestionar estas situaciones. La comida no es la solución, sino un parche que, si se utiliza de forma frecuente, puede comprometer nuestra salud obesidad, hipertensión, diabetes, hígado graso).

Cómo podemos saber si estamos gestionando emociones con la comida?
Cuando no prestamos atención al momento, no masticamos lo suficiente, cuando se ingieren grandes cantidades de comida en poco tiempo, sensación de plenitud incómoda o el comer a escondidas, son comportamientos que nos hacen sospechar de que la ingesta se está llevando a cabo para calmar o controlar ciertas emociones, y, por tanto, motivo suficiente para pedir ayuda profesional.
¿Hay alimentos que mejoran o empeoran nuestra salud mental?
Cuando hablamos de alimentos en el contexto de salud, es complicado atribuirle propiedades a uno en concreto, ya que la persona no solo basa su alimentación en este. Por ello hablamos de patrones alimentarios. La dieta mediterránea caracterizada por un elevado aporte de verdura, fruta, granos integrales como las legumbres, frutos secos, semillas, aceite de oliva y pescados azules es la que más beneficios ha demostrado en la salud. A nivel emocional está relacionada con una menor gravedad y probabilidad de sufrir trastornos depresivos y ansiedad. Mientras que un patrón occidental muestra lo contrario.
Decía Hipócrates: “Que la comida sea tu medicina”. Y tenía razón, pues la alimentación es clave en prevención. Que sea nuestra medicina pero no nuestra terapia.