Consecuencias de poner a un niño a dieta
La obesidad infantil es una pandemia mundial en los países desarrollados. Entendiendo obesidad como exceso de grasa, no estamos hablando de un problema físico, sino de una patología que conlleva una serie de condiciones clínicas perjudiciales para la salud y que además predisponen sufrir otras enfermedades como la hipertensión, hígado graso, diabetes tipo 2, enfermedades cardiovasculares, cáncer y trastornos neurológicos y emocionales.
Un niño obeso suele ser un adulto obeso, por lo que educar y facilitar hábitos saludables desde edades tempranas, resulta fundamental en la prevención. Sin embargo, desde la mejor intención y el cariño que tienen los padres hacia sus hijos, en la gran mayoría de ocasiones el camino para dicha prevención no es el más adecuado. Un niño con sobrepeso u obesidad jamás debe hacer dieta. A continuación, te argumento el por qué.
Sobrepeso y obesidad infantil: causas
Antes de comenzar, debemos reflexionar sobre cuáles son las causas que han provocado un exceso de grasa en la población infantil.
La obesidad es una enfermedad multifactorial en la que varios los factores afectan de forma simultánea en el equilibrio energético (lo que comemos y gastamos). El acúmulo de grasa tiene lugar cuando, durante un periodo largo de tiempo, nuestro organismo tiene más calorías de las necesarias. Podemos pensar que esas calorías vienen de consumir más de las que gastamos y, por tanto, que los factores que afectan al desarrollo de la obesidad es la actividad física y comida. Sin embargo, en lugar de verlo de esa forma tan reduccionista, ¿qué tal si comenzamos a pensar en qué es lo que afecta a la hora de decidir qué y cuánto comemos y en lo que nos movemos? ¿Qué es lo que determina nuestro balance energético? No funcionamos como un coche con la gasolina. Somos bastante más complejos. Y aún así, vamos a detallar el papel de la alimentación en esta etapa.
1000 primeros días de vida, condicionante en la salud adulta
Los primeros 1000 días de vida, entendiendo el día 1 como el día de la concepción, determinan la salud adulta del niño. Los hábitos alimentarios de la madre durante el embarazo, además del estilo de vida, el haber dado o no la lactancia materna y, la alimentación complementaria e infantil, son factores determinantes de la salud adulta, pues a través de ello, se conforma una microbiota determinada que va a influir en la salud de forma directa.
El peso al nacer, tanto por defecto como por exceso; la leche de fórmula, en sustitución a la lactancia materna, y el iniciar la alimentación complementaria antes de los 6 meses, además de incluir en ella alimentos poco interesantes nutricionalmente (galletas, preparados de frutas, etc.) predisponen al niño a ser obeso en la adolescencia y edad adulta, mediante diferentes procesos fisiológicos y metabólicos.
Consumo de alimentos destinados a la población infantil
Mi primera galleta, yogures con sabores (fresa, plátano, piña), zumos, batidos, cacao soluble azucarado, preparados lácteos, galletas infantiles, cereales azucarados, papillas con cereales, salchichas, sandwich mixto con tranchetes de queso y fiambres… Alimentos que no necesita ningún niño, aunque así nos lo han hecho creer. La alimentación de un adulto, no debe diferir a la de un niño. Salvo en los 6 primeros meses donde, preferiblemente debe aparecer la leche materna, o bien, fórmulas lácteas. Si un adulto no desayuna galletas de dinosaurios, un niño tampoco debe hacerlo. El marketing nutricional, está para que compres el producto pensando que se trata de una opción adecuada para el correcto crecimiento y desarrollo del niño. Pero añadir calcio o hierro a un producto a base de harinas refinadas, aceites de baja calidad y azúcar o edulcorantes, no mejora la calidad del producto. Pero sí permite hacer declaraciones nutricionales o propiedades en salud como: “fuente de calcio”; “ayuda al correcto crecimiento y desarrollo”.
Esto también podemos observarlo en los menús infantiles ofertados en diferentes establecimientos de restauración: espaguetis con tomate y salchichas; empanados variados: nuggets, de pollo, fingers de queso, varitas de merluza con patatas fritas; hamburguesa, perrito caliente. En ningún momento aparece la verdura o las legumbres, mucho menos la fruta.
Ofrecer estos alimentos supone hacer un consumo bastante frecuente de ellos, con lo que esto supone: ingesta de calorías vacías que facilitan la ganancia de peso en forma de grasa. Pero no solo eso, sino también condiciona su gustos y preferencias, haciendo que alimentos interesantes nutricionalmente no aparezcan en su rutina diaria y que por tanto, resulte complicado que se consuman en el medio y largo plazo.
Premiar y castigar con la comida
No es nada extraño tratar de emplear la comida como premio o castigo con el fin de conseguir algo. Y tampoco es inusual, que el premio se lleve a cabo con alimentos dulces, postres, golosinas o snacks; mientras que el castigo sea quedarte sin esa recompensa u obligar a consumir ciertas verduras, legumbres o fruta.
A medio-largo plazo, el premiar con este tipo de alimentos cuando los niños se portan bien, no molestan o se comen todo lo del plato, conlleva una ingesta extra de calorías. Pero eso no es lo más importante. El niño aprenderá a calmar sus emociones con estos alimentos y de forma consciente también puede “manipular” al adulto para que esto ocurra. Molesto un poco más de la cuenta, por ejemplo con una rabieta al ver el plato de legumbres, y de esta forma me aseguro que ese sacrificio tendrá recompensa (el postre o la chocolatina).
Obligar a comer
Es lógico que se respeten determinados horarios de comida. Sin embargo, cuando el niño dice no tener hambre, no es recomendable obligarle a terminar todo lo del plato. Igual que si no tienes ganas de desayunar, no pasa nada por saltarse alguna comida. Cuando somos pequeños, tenemos muy bien conectadas las señales de hambre y saciedad. Sabemos perfectamente cuándo tenemos hambre real y cuándo no necesitamos seguir comiendo porque ya nos hemos saciado. Pero, con el paso de los años, estas señales se van perdiendo y tendemos a comer “porque toca”, “porque ya es la hora”, “porque luego no tengo tiempo”. De esta forma, es probable que el niño que ya se ha quedado saciado, ingiera más calorías de las que le corresponde al obligarle a seguir comiendo. Pero también es lógico que si termina por desconectar de esas señales, le resulte difícil saber cuándo parar de comer.
Para ello hay que tratar de comprender a los pequeños. No es necesario tirar la comida, siempre se puede guardar y consumir en otro momento. Tampoco es necesario hacerlo en la siguiente comida, como en ocasiones se advierte: “Si no te lo comes ahora lo tendrás en la merienda. Y si no, en la cena”.
En casa no existen hábitos alimentarios que deban imitarse
Los pequeños funcionan por imitación. Y sus padres son sus referentes. Si en casa no se consume fruta de postre, el niño jamás la consumirá por sí solo. Así lo podemos aplicar a todo. La falta de actividad física, el exceso de tiempo frente a pantallas y hábitos alimentarios que son bastante mejorables de los padres, son el reflejo de los hijos. No puedes pretender que un niño de 6 años, por poner una edad, decida por sí solo tomar una pieza de fruta en la merienda si el frutero no es algo que tiene accesible, y el paquete de magdalenas o galletas sí.
Si quieres que haga deporte, si quieres que coma mejor, empieza por ser el ejemplo.
No me cansaré de decirlo, más que genes, heredamos hábitos.
El sobrepeso no se hereda, se heredan los hábitos.
Mi hijo tiene sobrepeso, ¿qué hago?
Una vez que hemos reflexionado sobre las posibles causas que han facilitado en mayor medida que el niño tenga un exceso de grasa: cómo han sido sus primeros 1000 días de vida; alimentos que forman parte de su alimentación: emplear la comida como premio y castigo, obligar a comer y los hábitos en general que hay en el hogar; hay que preguntarse si el problema está en el niño, y por ello debe cambiar el solo su alimentación y estilo de vida, o en realidad debemos tratar de mejorar todos los miembros del hogar. Obviamente, lo segundo es la opción a llevar a cabo.
La profesión del dietista-nutricionista no deja de ser reciente. Y, difícilmente la encontremos en la sanidad pública, sino como servicio privado. Por ello, acudir al endocrino ante un problema de obesidad o sobrepeso infantil y que a este le den un listado de alimentos permitidos y prohibidos, bastante desactualizado en cuando a evidencia científica, pues mientras que se permiten galletas sin azúcar, se prohiben determinadas frutas, también se le ofrece una dieta. Y por ello no debemos pasar. De hecho, que un niño tenga que pesarse para validar que realmente tiene un sobrepeso u obesidad y hacerle a este consciente de la importancia (no real) del peso, es duro.
Consecuencias de poner a un niño a dieta
Cuando se decide poner a dieta a un niño con sobrepeso u obesidad, normalmente viene tras conocer su peso. En ese momento, el niño que jamás antes había dado importancia alguna al número que aparece en la báscula, comienza a hacerlo. Y, este no lo asocia a salud, sino a un aspecto físico. Por lo que el tener que bajar de peso, comienza a asociarlo más a encajar dentro de un canon determinado, un cuerpo delgado, que a su bienestar.
Como ya se ha mencionado, es fundamental reflexionar sobre las posibles causas que han llevado al acúmulo de grasa. Y verlo como algo que ha tenido cierta duración en cuanto al tiempo. Por lo que, al igual que sucede en cualquier otra etapa de la vida, hacer una dieta es un parche temporal, que además conlleva una serie de efectos perjudiciales en la salud física y emocional.
El niño comenzará a ver aún más determinados alimentos como “permitidos” y “prohibidos”, haciendo que el interés por estos últimos aumente y que, posiblemente, en algún momento los coma a escondidas. Pero prácticamente seguro es que aprovechará determinadas circunstancias para poder consumirlos, sin atender realmente a disfrutar del momento y comer de forma consciente. Por poner un ejemplo, en el momento que tenga un cumpleaños de un amigo, hará un mayor consumo de sándwich, bollería, snacks y dulces, aprovechando que en su día a día no puede consumirlos. Sumado a sentimientos de culpa e incluso vergüenza.
Poner a un niño a dieta, supone cambiar la alimentación exclusivamente de este. ¿Qué ocurre con los otros miembros de la familia? ¿Su hermano con un peso inferior puede permitirse ciertos alimentos mientras que él no? Eso es terrible emocionalmente. Sobre todo cuando se justifica.
Una baja autoestima, fruto de todo lo anterior, condiciona las relaciones sociales futuras, la confianza en uno mismo para poder conseguir algo, el sentir o no vergüenza a exponerse delante de personas, por ejemplo acudiendo al gimnasio. Por lo que, si tienes un hijo con sobrepeso, no le pongas una dieta. Cambiad hábitos en la familia, facilitad elecciones saludables, no hay que prohibir alimentos menos interesantes nutricionalmente, lo que hay que hacer es no ofrecerlos en casa.
Referencias bibliográficas
- Smith, J. D., Fu, E., & Kobayashi, M. A. (2020). Prevention and Management of Childhood Obesity and Its Psychological and Health Comorbidities. Annual review of clinical psychology, 16, 351–378.
- Hemmingsson E. (2018). Early Childhood Obesity Risk Factors: Socioeconomic Adversity, Family Dysfunction, Offspring Distress, and Junk Food Self-Medication. Current obesity reports, 7(2), 204–209.
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